Océanos de noches

Náufragos en la nocheSus ojos son dos noches sin luna ni estrellas y yo, como un marinero con rumbo incierto, en ellos naufragué. Y para mantenerme a flote me aferré a sus caderas, con uñas y dientes, hasta que quedé varado en la playa de aquellas sábanas. Y bebí de sus pechos, mordí sus labios y paseé por el húmedo jardín de su isla para poder sobrevivir.

Desde el primer momento fue la excusa para luchar cada instante como si fuera el último, dibujando una sucesión de nuevos recuerdos ya vividos. Comprobando que aún soy diestro con mi mano zurda, a pesar de la anquilosante facilidad de la costumbre, y tejí con su pelo una urdimbre de besos y un encaje de palabras, para vestir mi piel con su piel y despeinar sus sueños con mis sueños.

No es fácil cuando cada día tienes que luchar contra la naturaleza y el tiempo. Entonces rezas y pides ayuda a una deidad, pero a menudo recibes respuestas calladas y silencios elocuentes. Con el paso de los años te das cuenta que cada día estamos más cerca del final de la aventura, y ahora me gustaría poder darme un consejo: «no te permitas el lujo de sufrir».

Porque en materia de sentimientos, sufrir es una elección que sale demasiado cara.

La ausencia como compañía

Nueva Plaza de España [IV]No es fácil estar lejos, ser extranjero en tierra extranjera. Un animal acuático lejos del mar, un molino de viento sin su alisio, un cuerpo frío que no entra en calor. Pero como un navegante que no conoce su rumbo en la noche, miro al cielo buscando una estrella marcando el camino.

Y te encontré.

Cada vez que pensaba en ti, antes de que llegaras, te echaba de menos. Cada vez que tú o yo salíamos de la cama, extrañaba tu piel.  Y antes de cada despedida anunciando que te marchabas de mi lado, anticipaba el sabor de tu partida.

Me preguntaste si lo iba a hacer y te dije que no. Te dije que no iba a llorar, y no lo hice por ti, por no hacer del adiós algo aún más difícil. Y tú tampoco lloraste, aunque en tus ojos veía ese particular brillo que acompaña a la tristeza. Lo sabes y lo sé, las ganas estaban ahí y las lágrimas brotaban hacia adentro, hacia ese espacio entre el alma y el corazón.

Otra vez me acompaña tu ausencia, los días y las noches, y de nuevo en amaneceres en que mi pequeña cama parece un palacio vacío, sin un calor que encienda su fuego.

Hasta que yo vaya a ti o tú vuelvas a mí, y nuestras ausencias se hagan de nuevo compañía mutuamente.

Conversaciones con Demian

Frau Eva asistía con frecuencia a estas conversaciones pero nunca hablaba de esta forma. Era para cada uno de nosotros, cuando exteriorizábamos nuestros pensamientos, un oyente atento, un eco lleno de confianza, de comprensión; parecía que todos los pensamientos manaban de ella y volvían a ella. Estar a su lado, oír de vez en cuando su voz y participar en la atmósfera de madurez y espiritualidad que la rodeaba era para mí la felicidad.

Ella notaba en seguida cuándo se producía en mi un cambio, una confusión o una renovación. Me parecía que los sueños que yo tenía al dormir eran inspiraciones suyas. Muchas veces se los contaba y le resultaban comprensibles y naturales; no había dificultades que ella no siguiera con su clara intuición. Durante un tiempo tuve sueños que eran como reproducciones de nuestras conversaciones del día. Soñaba que todo el mundo estaba revolucionado y que yo, solo o con Demian, esperaba tenso el gran destino. Este permanecía oculto pero llevaba los rasgos de Frau Eva: ser elegido o rechazado por ella era el destino.

A veces me decía sonriente:

–Su sueño no está completo, Sinclair, ha olvidado usted lo mejor.

Y podía suceder que yo volviera a recordar nuevos fragmentos y no pudiera comprender cómo antes los había olvidado.

De vez en cuando me sentía inquieto y los deseos me atormentaban. Creía no poder resistir verla junto a mí sin estrecharla entre mis brazos. También esto lo notaba en seguida. Una vez estuve varios días sin aparecer; por fin volví confuso y ella me condujo a un lado y me dijo:

–No debe usted entregarse a deseos en los que no cree. Sé lo que desea. Pero tiene que saber renunciar a esos deseos o desearlos de verdad. Cuando llegue a pedir con la plena seguridad de que su deseo va a ser cumplido, éste será satisfecho. Sin embargo, usted desea y al mismo tiempo se arrepiente de ello con miedo. Hay que superar eso. Voy a contarle una historia.

Y me contó la historia de un muchacho enamorado de una estrella. Adoraba a su estrella junto al mar, tendía sus brazos hacia ella, soñaba con ella y le dirigía todos sus pensamientos. Pero sabía, o creía saber, que una estrella no puede ser abrazada por un ser humano. Creía que su destino era amar a una estrella sin esperanza; y sobre esta idea construyó todo un poema vital de renuncia y de sufrimiento silencioso y fiel que habría de purificarle y perfeccionarle. Todos sus sueños se concentraban en la estrella. Una noche estaba de nuevo junto al mar, sobre un acantilado, contemplando la estrella y ardiendo de amor hacia ella. En el momento de mayor pasión dio unos pasos hacia adelante y se lanzó al vacío, a su encuentro. Pero en el instante de tirarse pensó que era imposible y cayó a la playa destrozado. No había sabido amar. Si en el momento de lanzarse hubiera tenido la fuerza de creer firmemente en la realización de su amor, hubiese volado hacia arriba a reunirse con su estrella.

–El amor no debe pedir –dijo–, ni tampoco exigir. Ha de tener la fuerza de encontrar en sí mismo la certeza. En ese momento ya no se siente atraído, sino que atrae él mismo. Sinclair: su amor se siente atraído por mí. El día que me atraiga a sí, acudiré. No quiero hacer regalos. Quiero ser ganada.

Un tiempo después me contó otra historia. Se trataba de un enamorado que amaba sin esperanza. Se refugió por completo en su corazón y creyó que se abrasaba de amor. El mundo a su alrededor desapareció; ya no veía el azul del cielo ni el bosque verde; el arroyo ya no murmuraba, su arpa no sonaba; todo se había hundido, quedando él pobre y desdichado. Su amor, sin embargo, crecía; y prefirió morir y perecer a renunciar a la hermosa mujer que amaba. Entonces se dio cuenta de que su amor había quemado todo lo demás, de que tomaba fuerza y empezaba a ejercer su poderosa atracción sobre la hermosa mujer, que tuvo que acudir a su lado. Cuando estuvo ante él, que la esperaba con los brazos abiertos, vio que estaba transformada por completo; y, sobrecogido, sintió y vio que había atraído hacia sí a todo el mundo perdido. Ella se acercó y se entregó a él: el cielo, el bosque, el arroyo, todo le salió al encuentro con nuevos colores frescos y maravillosos; ahora le pertenecía, hablaba su lenguaje. Y en vez de haber ganado solamente una mujer, tenía el mundo entero entre sus brazos y cada estrella del firmamento ardía en él y refulgía gozosamente en su alma. Había amado y, a través del amor, se había encontrado a sí mismo. La mayoría ama para perderse.

Mi amor hacia Frau Eva era el único sentido de mi vida. Pero ella cambiaba cada día. A veces creía sentir con seguridad que no era su persona por la que se sentía atraída mi alma, sino que ella era un símbolo de mi propio interior que me conducía más y más hacia mí mismo. A menudo oía palabras de ella que me parecían respuestas de mi subconsciente a preguntas acuciantes que me atormentaban. Había momentos en los que me devoraba el deseo y besaba los objetos que habían tocado sus manos. Y lentamente fueron superponiéndose el amor sensual y el amor espiritual, la realidad y el símbolo. Podía suceder que en mi habitación pensara en ella con tranquila intensidad y sintiera su mano en mi mano y sus labios en los míos. Otras veces estaba con ella, miraba su rostro, le hablaba, escuchaba su voz y no sabía si era realidad o sueño. Comencé a intuir de qué modo se puede poseer un amor eternamente. A veces, leyendo un libro, descubría una nueva idea; era como un beso de Frau Eva. Me acariciaba el pelo y me dedicaba una sonrisa cálida y perfumada, y yo tenía la misma sensación de haber dado en mí un paso adelante. Todo lo que me era importante y definitivo, adquiría su figura. Ella podía transformarse en cada uno de mis pensamientos, y cada uno de mis pensamientos en ella.

Había temido las vacaciones de Navidad, que pasé en casa de mis padres, porque creía que iba a ser un tormento vivir dos semanas enteras lejos de Frau Eva. Pero no lo fue. Era una delicia estar en casa y pensar en ella. Cuando volví a H. pasé aún dos días sin ir a su casa para disfrutar de aquella seguridad e independencia de su presencia física. También tenía sueños en los que mi unión con ella se realizaba en nuevas formas simbólicas. Ella era un mar en el que yo desembocaba. Era una estrella y yo otra que caminaba hacia ella; y nos encontrábamos, nos sentíamos atraídos mutuamente, permanecíamos juntos, girando dichosamente el uno en torno al otro en órbitas próximas y armónicas.

Cuando volví a verla, le relaté este sueño.

–El sueño es hermoso –dijo tranquilamente–, hágalo realidad.

Hermann Hesse. Demian

Pensamiento del día

No hace falta esperar una estrella fugaz para pedir un deseo.

Da la sensación que pesa mucho más el cansancio mental que el físico.

¿Por qué conformarse con limosnas cuando mereces cariños? ¿Para qué traer amor al mundo si no va a ser correspondido? Hazte un favor y no pierdas el tiempo.

Pensamiento del día

Day 33: Ninja Moon

Cuando observamos las estrellas en realidad estamos mirando el brillo del pasado.

Tan sólo se esconden y mienten aquellos que tienen algo que ocultar.

Aclarar los malentendidos no es justificarse sino simplemente explicar las razones por las que la otra persona está equivocada.

Conversaciones con Demian

−¿Cómo explicas lo de la voluntad? −pregunté−. Dices que no tenemos libre albedrío, pero también aseguras que uno no tiene más que concentrar su voluntad sobre un objetivo para conseguirlo. Ahí hay una contradicción. Si no soy dueño y señor de mi voluntad, tampoco puedo concentrarla libremente sobre esto o aquello.

Me dio unas palmadas en el hombro. Siempre lo hacía cuando alguna ocurrencia mía le gustaba.

−Así me gusta, que me preguntes −exclamó riendo−. Siempre hay que preguntar, que dudar. Verás, es muy sencillo. Si una de esas mariposas, por ejemplo, quisiera concentrar su voluntad sobre una estrella, o algo por el estilo, no podría hacerlo. Así, ni lo intenta siquiera. Elige como objetivo sólo lo que tiene sentido y valor para ella, algo que necesita, algo que le es imprescindible. Por eso logra lo increíble; desarrolla un fantástico sexto sentido, que ningún animal excepto ella posee. Nosotros tenemos un radio de acción más amplio y más intereses que un animal. Pero también estamos limitados a un círculo relativamente estrecho y no podemos salir de él. Yo puedo fantasear sobre esto o aquello, imaginarme algo −por ejemplo, que me es indispensable ir al Polo Norte, o algo por el estilo− pero sólo puedo llevarlo a cabo y desearlo con suficiente fuerza si el deseo está completamente enraizado en mí, si todo mi ser está penetrado de él. En el momento en que esto sucede e intentas algo que se te impone desde dentro, la cosa marcha; entonces puedes enganchar tu voluntad al carro, como si fuera un buen caballo de tiro. Si yo, por ejemplo, me propusiera conseguir que nuestro pastor no volviera a llevar gafas, no lo lograría. Sería un puro juego. Pero cuando me propuse en el otoño que me cambiara de pupitre, lo logré fácilmente. De pronto apareció un chico que me precedía en la lista alfabética y que había estado enfermo hasta entonces; como alguien tenía que cederle el sitio, fui yo quien lo hizo porque mi voluntad estaba decidida a aprovechar inmediatamente la ocasión.

−Sí −dije−, a mí también me produjo una sensación muy extraña aquello. Desde el momento en que empezamos a interesarnos el uno por el otro te fuiste acercando a mí cada vez más. Pero, ¿cómo sucedió? Al principio no conseguiste sentarte a mi lado; durante algún tiempo ocupaste el banco delante del mío. ¿Cómo sucedió aquello?

−De la manera siguiente: yo mismo no sabía con exactitud a dónde quería trasladarme. Sabía únicamente que quería estar sentado más atrás. Me lo dictaba mi deseo de acercarme a ti pero no lo sabía conscientemente. Al mismo tiempo, tu voluntad también actuaba tirando de mí, ayudándome. Hasta que no estuve sentado delante de ti no me di cuenta de que mi deseo estaba realizado solamente en parte; me di cuenta de que lo que deseaba era estar junto a ti.

−Pero entonces no entró ningún alumno nuevo en nuestra clase.

−No, pero yo hice simplemente lo que me apetecía y me sente por las buenas a tu lado. El chico con el que cambié de Sitio sólo se extrañó y me dejó hacer. El cura notó una vez que allí se había producido un cambio; en general cada vez que tiene que dirigirse a mí, algo le inquieta oscuramente: sabe muy bien que me llamo Demian y que yo, con un apellido empezando con la letra D, no debo estar detrás, entre la 5. Pero eso no llega a su conciencia porque mi voluntad se lo impide y porque yo le pongo obstáculos. El buen hombre se da cuenta de que hay algo que no funciona, me mira y empieza a devanarse los sesos. Pero tengo un remedio muy sencillo. Siempre le miro fijamente a los ojos. La mayoría de la gente no lo resiste. Todos se ponen muy inquietos. Cuando quieras conseguir algo de alguien, le miras inesperadamente a los ojos con firmeza; si ves que no se intranquiliza, puedes renunciar a tu deseo: no vas a conseguir nada de él. Yo no conozco más que una persona con la que me falle el sistema.

−¿Quién? −pregunté rápidamente.

Me miró con los ojos levemente guiñados, como cuando pensaba intensamente. Luego los apartó y no dio ninguna respuesta. A pesar de la curiosidad tan fuerte que sentía, no pude repetir la pregunta.

Creo, sin embargo, que se refería a su madre. Parecía vivir con ella en una confianza total. Sin embargo, nunca me hablaba de ella, ni me llevaba a su casa. Yo apenas la conocía.

En aquella época intenté algunas veces imitarle y concentrar mi voluntad sobre un deseo con toda intensidad para conseguirlo. Eran deseos que me parecían bastante apremiantes. Pero no lograba nada. Nunca me atreví a hablar de ello con Demian. Lo que yo deseaba no hubiera podido confesárselo; y él tampoco preguntaba.

Hermann Hesse. Demian