Kintsugi

El kintsugi es una técnica japonesa que se utiliza para reparar objetos rotos de cerámica o porcelana. La palabra kintsugi significa «reparar con oro» en japonés, y se refiere a la práctica de reparar los objetos rotos utilizando una mezcla de polvo de oro, plata o cobre con un pegamento natural llamado urushi. La idea detrás del kintsugi es que el objeto roto no se trata como algo que se debe esconder o desechar, sino como algo que se debe valorar y resaltar. Por lo tanto, en lugar de ocultar las grietas o las roturas del objeto, el kintsugi las resalta y las convierte en una parte esencial de su diseño y de su historia. Así, el objeto reparado no sólo se vuelve más fuerte y duradero, sino que adquiere un valor estético y sentimental que no tenía antes.

El desamor, entendido como la falta de amor o al fin de una relación amorosa, y el kintsugi tienen una dimensión simbólica que los relaciona de manera profunda.

El desamor puede ser una experiencia dolorosa y desgarradora, que nos hace sentir tristes, solos y desesperados. Sin embargo, el desamor también puede ser una oportunidad para crecer, para aprender y para cambiar. Cuando una relación amorosa termina, nos enfrentamos a un vacío, a una herida, a una pérdida que duele. Pero también nos enfrentamos a la posibilidad de encontrar un nuevo camino, de conocer nuevas personas, de descubrir nuevos intereses y nuevas formas de amar. El desamor nos enseña que el amor no es una cosa que se puede controlar ni que se puede obligar, sino que es algo que se da o que se recibe de manera natural y espontánea.

El kintsugi, por su parte, nos enseña que la belleza no radica en la perfección, sino en la imperfección. Cuando un objeto se rompe, podemos desecharlo como una basura, como algo que ya no tiene valor. Pero si lo reparamos con kintsugi, le damos una nueva vida, una nueva forma, una nueva historia. Las grietas y las roturas del objeto no son defectos que deben ser escondidos o ignorados, sino rasgos que lo hacen único y valioso. El kintsugi nos enseña a valorar la imperfección, a aceptar la fragilidad, a apreciar la historia y la experiencia que cada objeto lleva consigo.

De esta manera, el desamor y el kintsugi pueden verse como dos aspectos de un mismo fenómeno: la capacidad de recuperarse y de volverse más fuerte después de una pérdida o de una rotura. Cuando una relación amorosa se rompe, sentimos que nuestro corazón se desgarra, que nuestro mundo se derrumba, que nuestra vida pierde su sentido. Pero si somos capaces de enfrentar el dolor, de sanar la herida, de reparar el corazón roto, podemos volvernos más fuertes, más maduros, más sabios. Como un objeto reparado con kintsugi, nuestro amor se convierte en una joya preciosa, que reluce con un brillo especial y que nunca pierde su valor.

Sobre la paciencia

On/OffTal vez es que soy raro, que no lo niego, o tal vez es algo bastante común, pero lo cierto es que no puedo ser paciente cuando estoy cansado. Es así, no puedo, estoy más susceptible y mi umbral de aguante se reduce tanto que mandaría a la mierda a cualquiera a la primera de cambio. Lo que normalmente se acepta o molesta ligeramente parece que es un gran agravio, la conversación casual se vuelve un suplicio o las ideas homicidas cada vez son más tentadoras.

Me considero un tío con paciencia, y creo que tienes que tener esa capacidad cuando te dedicas a tratar con personas que, en su mayoría, tienen dolores y suelen estar un poco molestas con el mundo. Si no fuera así, si no tuviera cierta templanza, se produciría un efecto sumatorio entre la molestia del paciente y mi molestia que acabaría con toda idea de dedicarme profesionalmente a tratar enfermos.

Pero en ocasiones llega ese momento del día en el que estás cansado de ir a clase, de trabajar, de no hacer nada, de levantarte temprano, de levantarte tarde, de descansar poco, de dormir demasiado, de aguantar a tus familiares, amigos, compañeros de clase o de piso… Da igual, estás cansado y no sabes si colgarte el cartel de «no molestar» en la frente o mandar a tomar por culo a quién primero te toque la moral lo más mínimo.

Al final tienes que optar por regresar a tu cueva, cortar la comunicación y hacer que la presión interior, esa que te empuja a actuar como normalmente no sueles actuar, disminuya y te permita regresar a tu estado basal. Porque en más de una ocasión he tomado decisiones mientras he estado cansado, y normalmente han sido bastante drásticas, como dejar a una novia o cortar toda relación interpersonal con alguna otra persona.

Es por eso que es mejor que me aísle, al menos de manera momentánea, y dejar que vuelva a ser yo. A la mierda todo el mundo hasta que se me pase y ya está.

Elecciones

FantasmaTodos los días tenemos que tomar decisiones, más o menos importantes. ¿Qué opción elegir? En mi cerebro comienza un proceso de evaluación de variables mediante el cual pretendo sacar en claro cuál es la respuesta correcta a mi problema. La experiencia marca este proceso de análisis de manera capital. ¿Pero qué es la experiencia? Como decía Ambrose Bierce, cínico y sarcástico hasta la médula, la experiencia es «la sabiduría que nos permite reconocer como una vieja e indeseable amistad a la locura que ya cometimos».

La sabiduría no es nada sin la memoria, y la memoria no es nada sin datos. Pero, ¿los conocimientos hacen al hombre más sabio? En absoluto, es más sabio aquel que sabe discernir y hacer uso de aquello que conoce que aquel otro con una capacidad de reminiscencia superior que no sabe qué hacer con tanta información. Vaya consuelo… ¿Nadie me puede ayudar en esta complicada tarea?

Hay otras vocecillas que susurran palabras a mi oído: también están invitadas a la fiesta las creencias y las expectativas. Ambas dos se basan en criterios no muy fiables. Las primeras principalmente harán uso de las emociones y los sentimientos que rondan en ese lugar de mi mente que algunos llaman «corazón» y poco tiene que ver con esa bomba hidráulica ubicada en mi pecho. Las segundas harán malabarismos con las probabilidades, números al fin y al cabo, espejismos estadísticos que de lejos se asemejan a certezas. Elucubrarán las posibles consecuencias y me las mostrarán como bocetos de lo que podría llegar a ocurrir.

Esto no quiere decir que deban ser desechadas, simplemente tengo que aprender a escucharlas de manera crítica, con dosis variables de escepticismo y credulidad. Resultaría sumamente fácil si todo se pudiese clasificar en categorías binarias. Nada es blanco o negro, nada es positivo o negativo. La verdad no existe, es una ilusión que depende del sistema de referencia que se utilice en su evaluación. ¿Es que sólo hay incertidumbres en este laberinto?

La religión se basa en creencias, y mis creencias son difíciles de modificar porque suponen la base de sustentación de muchos pensamientos, algo así como los cimientos sobre los que se asientan los constructos de mi «lógica». Pensar que el edificio de mi mente puede verse reducido a escombros por una modificación de los pilares me produce vértigo. La ciencia, por otra parte, se basa en teorías, datos que por su propia naturaleza los acepto como transitorios. Por eso, si soy científico, si una teoría echa abajo algo que tomaba como una certeza podré sobrellevar mejor el cambio. Sin embargo, si soy un fanático religioso, me aferraré al ataúd de aquella idea decrépita para evitar ahogarme.

La ciencia y la religión son incompatibles entre sí. El pensamiento crítico y la fe son como el agua y el aceite. Me vestiré con una toga negra de puños blancos y una peluca de pelo canoso peinada en curiosos rulos. Tendré que sentar a todos los implicados en la sala del juzgado, escuchar todas sus confesiones y tratar de dar un veredicto.

Creo que al final la única respuesta correcta será la que me dé resultados favorables a mis intereses. Aunque, hablando de intereses… Ahora que lo pienso, quizás debería haber empezado por tener bien clara cuál es la meta antes de romperme la cabeza planteando el itinerario sobre un mapa sin destino.

Tras los barrotes

Tras los barrotes

@Ugglytruth: Detrás de toda chica que es fría… complicada… cabrona… extraña o rara… hay una historia de amor que argumenta su comportamiento.

Hoy uno de mis contactos en el Facebook ha decidido publicar una frase algo similar a esta que acabo de citar y la verdad es que no he podido evitar que dentro de mi cabeza comenzasen a moverse los engranajes chirriando como una bandada de arpías aulladoras.

Hace ya tiempo que hablé acerca del locus de control y he de reconocer que poco a poco he ido modificando esa parte de mí volviéndome cada vez más un individuo introspectivo y de locus interno. Quizás es por eso que cuando veo una muestra flagrante, y hasta casi insultante, de un locus externo se disparan mis alarmas porque una experiencia amorosa pasada es una excusa demasiado barata como para justificar una forma de actuar.

Si eres una chica fría, complicada, cabrona, extraña o rara es porque ha sido tu decisión ser así. Fin de la historia.

Las experiencias, una vez ocurren, se quedan en el pasado, no se pueden alterar de ninguna manera; podríamos decir que son imposiciones que tenemos que aceptar queramos o no. Sin embargo, la manera de analizarlas y actuar en función de ellas es una opción de cada uno. Echarle la culpa de tu ineptitud a la hora de mantener relaciones sociales o interpersonales a una experiencia sentimental pretérita no hace más que demostrar tu incapacidad para adaptarte a los cambios.

Tal vez no has sido capaz de aceptar que una relación ha acabado o que tú tienes parte de responsabilidad en que haya llegado a su fin. Siempre es mucho más sencillo echar la culpa a los demás antes que pararse a pensar en qué ha hecho uno mismo para llegar a un determinado resultado. Además, lo que quiera que haya ocurrido sucedió con una determinada persona con unas características concretas, ¿por qué juzgar al resto como si se tratase de la misma persona?

Si eres una chica fría, complicada, cabrona, extraña o rara con alguien que no lo merece eres, además de todo eso, una injusta obcecada en su estupidez.

Todos somos los segundos platos de los primeros amores, es un hecho incontestable, pero nadie merece pagar los platos que ha roto alguien antes que nosotros. Es tan injusto como ser arrestado y juzgado por el robo a un banco que no has cometido simplemente porque entraste a ingresar dinero inmediatamente después de haber huido los criminales. No tiene sentido alguno.

¿Qué cantidad de responsabilidad recae sobre mí por los actos que cometió contra ti otra persona? ¿Acaso no te has parado a pensar en que tu forma de actuar conmigo va a influir directamente sobre la continuidad o no de la relación? ¿Sabes qué es una profecía autocumplida? Pues estás forjando una con tu actitud y, lo peor de todo, es que vas a conseguir reafirmarte en lo que piensas, tendrás tu refuerzo positivo y volverás de nuevo a esgrimir tus argumentos con la siguiente víctima de tu estupidez.

Si eres una chica fría, complicada, cabrona, extraña o rara acostúmbrate a la soledad, muy pocas personas estarán dispuestas a soportarte.

Tal vez te refugies detrás de esa actitud usando las típicas excusas de «no quiero que me vuelvan a hacer daño», «todos los tíos son unos hijos de puta», «yo es que soy así y a quien no le guste que se joda», y otros tantos ejemplos. Las corazas dan seguridad porque en cierta manera protegen de las agresiones externas pero casi nadie quiere estar con una persona enlatada porque estos métodos de protección tampoco permiten que desde su interior salga nada. Es más, serás una prisionera atrapada dentro de tu propia armadura.

El miedo, el odio o el rencor no son emociones saludables porque a menudo lo que provocan es que tomemos decisiones poco acertadas. Reúne el valor suficiente, haz un ejercicio de introspección, intenta plantearte qué puedes mejorar, actúa en consecuencia y seguramente recibirás mucho más a cambio.

Si eres una chica fría, complicada, cabrona, extraña o rara deja de serlo y verás cómo el mundo te corresponderá de distinta manera.

Perdedores y perdidos

FondeadoCuando hace algo más de un año publiqué Adiós, amor hubo quien me preguntó si es que para escribir algo así acaso me habría ido tan mal con mis relaciones o si yo era un perdedor. Mi respuesta era y sigue siendo la misma: ni lo uno ni lo otro. Una relación interpersonal, sea del tipo que sea, comienza pero nunca sabemos cuándo puede terminar; éste suele ser un hecho inevitable y tan sólo hay que aceptarlo. Las pérdidas son igualmente inevitables pero la manera que tenemos de enfrentarnos a ellas es una elección de cada uno.

Todos perdemos algo o a alguien a cada instante y, ciñéndonos a su definición, todos somos unos perdedores. Sin embargo, ¿por qué algunas personas sí son consideradas como tales y otras no? Las pérdidas no son más que cambios en el paradigma personal de cada uno y, lamentablemente no todos sabemos mantener la entereza. Un perdedor es alguien que ante un cambio trascendental de este tipo se desmorona, no es capaz de sobrellevarlo. Lo que lo convierte en un perdedor es su incapacidad para, una vez ha caído, volver a levantarse y continuar con su camino sin perderse a la deriva.

Es por eso por lo que no me considero en absoluto un perdedor, es más, creo que con los años me resulta mucho más sencillo aceptar las pérdidas con más o menos estoicismo, todo dependiendo de la situación. Por supuesto que siempre hay excepciones, como esos nefastos casos en los que la pérdida sobreviene cuando aún se guardan sentimientos intensos por la otra persona, pero son estos retos los que ponen realmente a prueba la fuerza de voluntad de cada uno.

La clave de todo reside en saber adaptarse a los cambios para no acabar perdido y siendo un perdedor.

Pensamiento del día

Life Sabers

Las golosinas son la ayuda para contrarrestar los momentos amargos de la vida.

Existen personas capaces de utilizar a las demás sólo como un medio para subirse el ego.

Un cambio sólo se convierte en permanente cuando no existe la voluntad y el interés necesarios para regresar de nuevo al estado anterior.