Esa ecuación

Te miro a los ojos mientras mis manos de ladrón recorren tu ropa en busca de la combinación perfecta que permita que la cerradura de esa cárcel textil deje libre a tu cuerpo. De pronto me sorprendes, casi a traición, con una finta rápida de tus labios contra los míos, clavando con un certero estoque el puñal caliente y húmedo de tu lengua en mi boca. Como dragones de un cuento de fantasía entrelazamos nuestras siluetas de escamas doradas bajo la luz de las velas mientras mi aliento ardiente sobre tu cuello despierta en ti un temblor que agita tu pelo.

Me abandono como un títere en tus manos expertas mientras mueves los hilos de seda invisible que me atan a ti y comenzamos a bailar una música extraña sin melodía conocida pero cuyo ritmo nos posee. No hace falta decir palabra alguna, nuestros cuerpos hablan por nosotros y así, con un silencio elocuente, conversamos con caricias, discutimos mientras nos mordemos, intercambiamos nuestro sudor y finalmente acordamos suspirar abrazados. Nada es más importante que estos momentos y el señor tiempo lo sabe, deteniendo benevolente su camino para permitir que los amantes disfruten un poco más de los instantes de placer.

Todo puede ser simplificado hasta tal punto que las Matemáticas sean capaces de explicar su funcionamiento y la ecuación del placer resulta sencilla cuando está planteada en la teoría pero algo difícil de resolver en la práctica, sobre todo cuando faltan datos para poder despejar las incógnitas.

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Pero como siempre digo, más vale fracasar por no haberlo conseguido que por no haberlo intentado.

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