Camaleones

Hoy, al llegar de fiesta en La Laguna, me he encontrado con un amigo en la cocina, un perenquén [a.k.a. gecko] adulto de tamaño considerable que se ha escondido detrás del cesto de la ropa. Desde siempre estos animalitos nocturnos han despertado en mí un profundo sentimiento de empatía, no sé por qué.

De pronto ha llegado hasta mi mente el recuerdo de los camaleones, otros animales que me resultan especialmente adorables. Son grandes maestros del mimetismo. El siguiente pensamiento que ha llegado hasta mi mente han sido los distintos encuentros que han ocurrido esta noche. Definitivamente, mientras menos buscas con mayor facilidad eres encontrado, no falla.

Es curioso cómo las personas reaccionan de distintas maneras cuando ven a alguien conocido. Las hay que se alegran, otras se sorprenden y otras intentan pasar desapercibidas retirando la mirada a pesar de haber ocurrido un contacto visual directo.

Tengo una memoria bastante visual y a veces tan sólo me basta con un gesto conocido, un rápido vistazo o un simple detalle anatómico para identificar a las personas. Sin embargo, cuando te encuentras de frente con alguien, nos miramos fijamente durante un instante y luego la otra persona desvía la mirada como si con esa sencilla acción lograse ocultarse o, más bien, simular que no te ha reconocido, me provoca risa.

Es patético.

Ambos sabemos que nos hemos reconocido pero, sin embargo, uno de los dos actúa como si nada hubiese ocurrido. Es entonces cuando, quizás movido por una sórdida intención de venganza, me acerco hasta esa persona y exclamo sorprendido su nombre. Luego se suceden el correspondiente saludo, una conversación absolutamente intrascendente y la despedida.

Otras veces, sin embargo, se dibuja en mi cara una sonrisa socarrona al saberme reconocido y, a la vez, evitado, sobre todo cuando la otra persona no ha sabido ocultar su expresión de sorpresa. Entonces, en lugar de acercarme, actúo como si no hubiese ocurrido nada en absoluto.

Qué estúpidos somos tan a menudo.