Crónica de un beso anunciado

beso

Fue así, de repente. Apareció ante mis ojos y estaba allí, sentada esperando, supuse, a ser llamada al despacho. Sinceramente no sé qué fue, no sé decir cómo fue, pero se adueñó de mis pupilas y allí se quedó. Fueron sus formas caprichosas, fueron sus labios carnosos, fue a lo mejor su mirada inocente, no lo sé.

Algo en mí instaba a que mi sentido común hiciera acto de presencia y solicitase la vuelta a la realidad mientras la parte más visceral de mí comenzaba a inquietar mi estómago y mi corazón. Mientras pasaba a su lado sin que apenas ella notase mi presencia, haciendo alarde de mi innata capacidad para pasar desapercibido, yo ya estaba pensando en dónde y cuándo sería la próxima vez que la pudiese ver de nuevo, porque ese era mi mayor deseo, volverla a ver y poder deleitarme una vez más del delicioso néctar que emanaba de ella y bebían mis ojos y emborrachaba mi mente.

Pero, incluso así, después de imaginar mil y un reencuentros, de nada me sirvió mi imaginación para prepararme ante la sorpresa de volver a tenerla ante mí, más cerca que la última vez, conocer su nombre y escuchar su voz. Un torrente de sensaciones bullía dentro de mí mientras intentaba mantener la fachada de tranquilidad y seriedad, una y otra vez, en cada ocasión que nos volvíamos a encontrar, cruzábamos palabras banales y superfluas, manteniendo dentro de mí todos los pensamientos que germinaban en cada nuevo encuentro.

El tiempo pasó y, siembre amparado bajo el axioma de «nada surge de la nada», logramos al fin lo que tanto deseábamos hacer y no nos atrevíamos a iniciar. Cuando mis labios rozaron los suyos, como un castillo de naipes me derrumbé hasta su boca como si un remolino de aguas frescas y rejuvenecedoras me hubiese atrapado, y es que en verdad me hacía sentir como el chiquillo que descubre por primera vez el beso largo tiempo ansiado.

Y continuamos besándonos, ahora con la suavidad de la pluma que acaricia, ahora con ímpetu desbordante, ahora rápido y a hurtadillas, ahora largo como un paseo por prados en flor. Así eran y así son, besos.

WALL·E

Hoy he visto Wall·e, la última película de Disney. La verdad es que es curioso cómo una película con poquísimos diálogos transmite tanto; esto es un claro ejemplo de la comunicación no verbal. Los chicos de Pixar lo han hecho muy bien, me ha encantado la película.

He de decir que en un par de momentos de la película he tenido la lagrimilla preparada, y es que todavía guardo en la memoria la escena de Cortocircuito 2 en la que Johnny 5 es destrozado. Vivo traumatizado con esa escena, es la verdad y, sobre todo, cuando el pobrecillo se arrastra como puede hasta la tienda de electrónica para intentar repararse. Es por eso que me he puesto algo sentimental con Wall·e, aunque no tanto como la chica que se deshidrataba por los ojos con sólo ver el trailer de la película.

Ahora bien, creo que los de Pixar le han dado a Wall·e un aire similar a Johnny 5 aprovechando el tirón que tuvo en su día sus películas y que es un personaje universal de la robótica cinematográfica. No se los reprocho, ha sido una jugada estratégica para enganchar a los ochenteros, a los niños y a sus padres.

Por cierto, hay que ver los títulos finales, haciendo una repaso a la evolución del arte pictórico de la humanidad desde las pinturas rupestres, el impresionismo hasta los dibujos de 8 bits de los videojuegos. Por cierto, Pixar es conocida por poner en todas sus producciones guiños a otras películas que han realizado, y Wall·e no es la excepción. En esta página [en inglés] tienes una lista bastante extensa de lo que los angloparlantes llaman «easter eggs» escondidos en la película.

Los Kjarkas – Llorando se fue

¿Te suena de algo esta canción? Efectivamente, es la canción original de Los Kjarkas que plagió el grupo Kaoma para hacer su Lambada. Las principales diferencias son la traducción íntegra al portugués [o brasileño, si somos puristas] y el cambio de ritmo. La parte en la que hablan quechua no sé si es una traducción de los versos en castellano…

Costumbrismo interpersonal

costumbrismoLos seres humanos somos animales de costumbres, animales sociales al fin y al cabo que requieren de relaciones con otros, semejantes en su forma, pensamiento. Adaptamos nuestra rutina diaria a la de otra persona con quien compartimos la mayor parte de nuestro tiempo, como dos engranajes deben encajar el uno con el otro para conseguir su movimiento sincronizado. A veces surgen roces, acritudes, situaciones que amenazan la estabilidad del mecanismo, es inevitable. Otras veces la conexión es tan perfecta que resulta difícil pensar que en algún momento pudo o puede llegar a fallar.

Esto es la compañía, las relaciones interpersonales, compartir el mismo hábitat vital con otra persona. Lo más curioso es, quizás, cómo nos acostumbramos a la compañía y cómo nos sentimos extraños ante su ausencia. Cómo estamos forzados a olvidar lo que tuvimos que aprender para poder convivir, la separación, la pérdida de la rutina de la costumbre. Para algunos, una paz y una bendición, y para otros, un auténtico síndrome de abstinencia.

¿De qué depende esta diferencia? Principalmente de la cantidad de tiempo donado a la convivencia y, sobre todo, la calidad de la misma. A mayor calidad, el factor tiempo siempre resulta insuficiente, siempre queremos más y más. Es por eso que a mayor calidad, mayor sensación de pérdida.